Esta es la historia del drow que comía gusanos en el bocata. Estaba cansado de salir a la superficie y encontrarse con gente que se pensaba que era caótico bueno. Un día, entró en una posada con seis frascos de fuego de alquimista y le prendió fuego. No era una cuestión política, ni tampoco religiosa. Simplemente se deleitaba con el tradicional placer de hacer daño a los inocentes. La diferencia es que él no necesitaba excusas. No escondía su sed de sangre tras la fachada de la ambición o del fanatismo, mataba gente porque sí. Dejaba que se desangraran, pero no para beber la sangre de las vírgenes, ni ofrecerla a los demonios. La dejaba allí, en el suelo, no le importaba que se secara y oliese mal luego.
Pasaba de largo cuando se encontraba con una iglesia. Ni siquiera le despertaban odio. Los sacerdotes le provocaban tanto desprecio como el resto de los feligreses, sólo que de ellos sabía que no eran inocentes. Si eran verdaderos mensajeros de los dioses, deberían arder como deberían hacerlo sus panteones; si eran unos farsantes, merecían morir por mentirosos. Siempre existe una excusa para matar, pero lo verdaderamente placentero era hacerlo sin necesidad de buscarla. Y el drow no la tenía. Sólo mataba y dañaba.
No torturaba, pues no era su estilo. Contemplar a los inocentes retorcerse y perder su dignidad presa del dolor le deprimía, pues le recordaba la naturaleza de la condición mortal, fuera cual fuese su especie. Gnomos, humanos, elfos… al final todos mueren, por mucho que se resistan. Los drow también mueren, obviamente. Pero antes, está en su carácter llevarse por delante cuantos más, mejor. La tortura era plato más del gusto de las sacerdotisas de la Diosa Araña, de los oficiales de los ejércitos de la Infraoscuridad y de especímenes similares, a los que el drow despreciaba tanto como a los inocentes de la superficie.
En el fondo, el mayor deseo del drow era quedarse solo. Sentarse en lo alto de una piedra a comerse su bocata de gusanos sin preocuparse de que nadie viniera a decirle que aquella piedra no era suya, que debía dar un décimo de su bocata a la Iglesia, o que su patria necesitaba que fuese a morir a algún lugar sin ningún significado. El mayor deseo del drow era poder cagarse en cualquier altar, y limpiarse con cualquier bandera. Y matar, claro. Matar hasta no poder más, hasta que los brazos se le durmieran de tanto rajar y perforar, y largarse del lugar sin dejar títere con cabeza.
Me ha gustado el artículo, el estilo de escritura en concreto. Espero deseoso el capítulo "Rol transgresivo: Legal bueno" :)