No, no es ni una canción de los Héroes del Silencio ni un conjuro de mago de nivel 9. Se trata de una de las obras poéticas más conocida de cierto poeta español del cual este año se cumplen cien años de su nacimiento.
Hablamos de Miguel Hernández Gilabert.
Vida.
Nace en 1910 en Orihuela (Alicante), hijo de un pastor, criado en una familia de clase baja, apartado prematuramente de la escuela para echar una mano a sus padres y hermanos. No obstante, fue autodidacta desde muy temprana edad, haciéndose amigos que le procuraron lecturas de autores clásicos y otros con los que compartiría estas experiencias, entre ellos José Ramón Marín Gutiérrez, más conocido como Ramón Sijé, cuya muerte inspiró el conocido poema “Elegía”.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta
Durante sus primeros años de juventud publica versos en publicaciones locales, como el periódico “El Pueblo”. Llegado el momento, viaja a Madrid a probar fortuna como escritor, allí se pone en contacto con Ernesto Giménez Caballero, fundador y director de La Gaceta Literaria, publicación que recoge la literatura vanguardista del momento. Pero Miguel fracasa en su intento de que le publique algo o le proporcione un empleo y ha de volver a Orihuela donde continúa con su círculo de amigos y sus lecturas de Gerardo Diego, Alberti y otros poetas de vanguardia que influirán en él notablemente, al igual que Góngora de quien es ferviente admirador. Es por estas fechas cuando publica su obra teatral “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras” y "Perito en lunas”.
Tras esto, vuelve a Madrid, esta vez con más suerte encuentra trabajo de colaborador en la enciclopedia taurina “Los Toros”, de José María de Cossío. Esta situación le dio la oportunidad de contactar tanto con editores como con otros artistas literarios de la época, entre ellos Rafael Alberti, Vicente Aleixandre o Pablo Neruda. Escribe y publica “El Rayo que no cesa”. En esta época formaliza su relación con Josefina Manresa, quien posteriormente sería su esposa y madre de sus hijos. Y también en esta época se suceden la muerte de Ramón Sijé, y estalla la Guerra Civil, suceso que cambia la vida del poeta.
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Uniéndose al ejército republicano, ingresa en el 5º Regimiento, y posteriormente viaja a frentes en Teruel, Extremadura y Andalucía. Participa en actos en favor de la República, entre ellos el 2º Congreso Internacional de Escritores Antifascistas y más tarde viaja a la Unión Soviética en representación del gobierno de la República.
En 1937 nace su primer hijo, Manuel Ramón, que muere un año después, al cual le dedica el poema “Hijo de la Luz y de la Sombra” y otros recogidos en “Cancionero y Romancero de Ausencias”.
El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.
Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
Y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.
En enero de 1939, próximo ya el final de la guerra, nace su segundo hijo, Manuel Miguel (muerto en 1984), al tiempo que escribe un nuevo libro: "Viento del pueblo". En todo el transcurso de la guerra, que termina en ese mismo año, Miguel ha cambiado su estilo y temática poética hacia el apoyo de la República de una manera directa y combativa. Esto le convierte en un enemigo del bando vencedor de la contienda.
Es por ello que, en los últimos años de su vida, es detenido y da con sus huesos en varias cárceles españolas, primero condenado a muerte y después conmutada su pena a cambio de treinta años. En estos años escribe la famosa “Nana de la Cebolla”, uno de los poemas más terriblemente hermosos jamás escritos. Finalmente, enferma de tisis, que se complica en una tuberculosis que le provoca la muerte, en 1942, en el reformatorio para adultos de Alicante.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Poesía
Se puede decir que el estilo de Migue Hernández pasa por diferentes etapas. En la primera, está influido por autores clásicos y por Góngora, lo cual hace su obra “Perito en Lunas” de carácter barroco. Más adelante, ya en contacto con autores contemporáneos, como Alberti o Neruda, su poesía va acercándose más a la temática y estilo que caracterizó a la Generación del 36. El cambio más importante que sufrió su enfoque literario se lo provocó, como es de esperar, la Guerra Civil. Usando primero sus versos como aliento para el bando republicano, e incluso obras teatrales, y más tarde componiendo los desgarradores versos de sus últimos meses, encarcelado y testigo del hambre y las calamidades que deja tras de sí la guerra, en los ojos de su mujer y de su hijo.
Hay que dejarse llevar por sus palabras. En estos tiempo de prisas y estrés es casi obligatorio detenerse, por nuestro propio bien, y buscar un refugio de la corriente que nos arrastra. En este mundo que nos ciega con televisión y nos ensordece en discotecas, no hay espacio para leer sobre nuestro pasado. Una de las frases más emotivas que he leído nunca en un libro (permitidme divagar del tema una sola vez) es la que Diego Alatriste le dedica a su protegido Íñigo Balboa en la batalla de Rocroi, poco antes de morir: “cuenta lo que fuimos”. Y así hizo. Así hicieron muchos otros, contar lo que fuimos. Hace setenta años fuimos dos bandos, hermanos contra hermanos, padres contra hijos. Amigos que ya no se intercambiaban abrazos, sino plomo. Y es ahí donde las palabras del poeta se convierten en mucho más que palabras. Se convierten en verdad, en testimonio, en vida inmortal de los ideales por los que un hombre vivió y murió; o, mejor dicho, por los que muchos hombres y mujeres murieron. Es tan hermoso que casi no importan los ideales políticos, y nos transporta a todas las guerras, pequeñas y grandes, a las que se ha enfrentado el ser humano, y nos lleva al triste final, a las palabras del vencido, enfermo y cautivo, abandonado por sus amigos, con el dudoso consuelo de mirar el consumido cuerpo de su amada por el hambre en las breves visitas a su celda. Ahí es donde acaba la guerra, las guerras.
Si me permitís, quisiera proponeros que leáis algo de la obra de Miguel Hernández. Un libro, o un poema, pero algo. Si tuviese que elegir algo, os propondría la “Nana de la Cebolla”, “El Herido”, “Elegía”, “Hijo de la Luz y de las Sombras”, “Vientos del pueblo me llevan” o el famoso “Aceitunero”.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
Gracias por compartir conmigo este texto, hasta la próxima :)
Fuentes:
http://www.jmserrat.com/serrat/bio/hernandez.html
http://personal.redestb.es/elomo/mh.htm
http://www.miguelhernandezvirtual.com/xml/sections/el_poeta/vida/
Magnífico artículo.
Miguel Hernández es sin duda alguna el mejor poeta que ha dado España y quizá el mejor que ha dado el mundo. Ay si hubiese vivido más...
Yo aún me estremezco cada vez que leo "Elegía"... y la leo por el simple placer de ver bailar las palabras ante mis ojos, porque en realidad la tengo grabada a fuego en mi memoria.
Creo que corresponde dedicarle al poeta uno de sus propios versos:
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Selenio.