
En la anterior entrada planteamos la idea de si realmente los juegos de rol de fantasía épica albergaban en su fondo ideas xenófobas. Para introducir tan peliagudo tema, explicamos el caso de Tolkien, que tanta controversia ha despertado a lo largo de años. Ahora me gustaría entrar en la materia más profundamente y, primero que nada, quisiera empezar por algo muy básico: el lenguaje.
“Raza” es una palabra que podemos encontrar en todo manual de juego de fantasía (y, por qué no, de bastantes otros) que se precie. De hecho, cuando tenemos en nuestras manos algún ejemplar de nuevo juego salido al mercado, es una de las primeras curiosidades que vamos a mirar –“a ver qué razas han puesto”-. Encontramos variaciones de los estándares humanos ciertamente leves: muy bajitos, muy fornidos, muy altos. Nada que les arrebate del todo una buena ración de humanidad; esto se debe a que un jugador “de manual básico” tiende a preferir personajes con los que le sea fácil prever sus emociones. No en vano, un humano de cualquier juego de rol posee todas las emociones e impulsos que los otros habitantes de su mundo imaginario, bastante más estereotipados. Así, nos encontramos con no tan diferentes razas jugables pero, al fin y al cabo, como dice el título, son razas. Pues bien, ese es el primer gran error, pues no sabemos de que estamos hablando exactamente.